miércoles, 3 de julio de 2013

MELODRAMA EN EDRÓPOLI, parte 4


LOS ESCOMBROS.

Image courtesy of Danilo Rizzuti at FreeDigitalPhotos.net
David y Clarisa subieron incrédulos a lo que ahora era una azotea chamuscada, y se lamentaron por las obras de arte y juguetes amados de su infancia que aún estaban en sus cajas dentro del ático. Tenían que localizar a Enri, para conocer más sobre éste fenómeno, pero él había dejado a propósito su intercomunicador en el bar Prisma.

Beatriz decidió pedir prestados los diamantes que necesitaba a su tío Pedro, que la mandó al demonio, por lo cual recurrió a Jesús. Él, preocupado por la integridad de Kiki, le prestó los cuatrocientos diamantes en efectivo.

Las ceremonias siguieron, a trancones y sin el debido júbilo, repletas de borracheras sin sentido y epidemias de diarrea, hasta que llegaron al dodecaedro diez. Allí, hay un bosque lleno de árboles prósperos, que alberga a varias familias en situación de miseria. Esto se debe a que no se comen la mayoría de los frutos, porque están demasiado altos, y no cesan las quejas porque el gobierno no les ayuda a construir escaleras adecuadas. Hilda, que gustaba de las labores filantrópicas, organizó una brigada para recoger frutos desde la casa, y luego llevárselos a las familias. Cuando terminaron su tarea, Nicole organizó la comida, y durante la sobremesa Jesús ensalzó la iniciativa de Hilda, lo que le granjeó un fuerte aplauso. Lilí no soportó tal distinción, por lo que levantó su copa en el brindis para revelar que su padre había devuelto a Hilda a su casa porque se acostaba con ella. Nadie supo qué decir, ni los afectados pudieron o quisieron negarlo, y cada cual se recluyó en sus aposentos. Hilda decidió que en cuanto llegaran al dodecaedro seis, ella regresaría a donde vivía con su madre. Esa noche, Sandra y Beatriz escucharon el mismo crujido de la noche anterior, justo a tiempo para bajar al sexto piso y salvarse de una muerte segura. Esa recámara también se convirtió en nada, junto con las pertenencias de las hermanas, incluido el cuantioso préstamo de cuatrocientos diamantes.

La siguiente ceremonia se canceló, y, en el dodecaedro seis Hilda se despidió de Jesús. Para él, después de eso, la relación con su hija quedó fracturada, y en un arranque decidió quedarse allí también. Thelma, por su parte, tuvo un colapso nervioso cuando conoció una leve noción del antiguo negocio de Sandra, a pesar de que le ocultaron lo grave. 

Clarisa y David tomaron una difícil decisión: postergar el resto de la boda a un mejor momento. Nicole comprendió y, junto con los demás amigos de la pareja, tomó el hipercubo de regreso. 

Tuvieron la precaución de desocupar los pisos cinco y seis. El piso cuatro quedó amontonado de muebles y valijas, pero aun así no pudieron rescatarlo todo, cuando, uno tras otro, se hicieron pedazos en medio de peores estruendos. Por primera vez, Clarisa y David se pusieron firmes, y exigieron que se obedecieran las indicaciones de Enri, antes de que la casa que todavía no terminaban de pagar se esfumara. Pareció que no habían dicho nada. 

Pedro se sentía dizque afiebrado y no cesaba de pedirle a Thelma trapos fríos que debía traer uno por uno de la cocina al tercer piso, a pesar de que a la mujer todavía le temblaban las manos. David por fin se atrevió a señalarle a su suegro lo injusto que era con Thelma. Desde luego, Pedro no aceptó que se tratara de un atropello de su parte, sino de un convenio, y trató de invertir la situación, al declarar que era preferible eso a darle todo a un hermano sin condiciones y convertirlo en un "tunante", haciendo obvia alusión a Enri, y el antiguo apoyo que recibía de David. 

Ya ardiendo en furia, éste último estaba a punto de defender a su hermano, y la libertad que tenía de no hacer el mínimo intento por agradarle, pero Thelma se adelantó. También aprovechó para recordarle a Pedro que ellos habían pasado su infancia en el D-diez, y cómo él se convirtió en empresario a fuerza de estafar incautos. David les ordenó a sus hijos que desengancharan el bar y regresaran a casa en ese preciso momento, pero ellos ya se habían involucrado en el conflicto, que se convirtió en reyerta cuando Lorena se unió a la moción general de vapulear a su exmarido. Como resultado, por primera vez en su vida, el sueño dorado de Pedro se hizo realidad, y le dio un infarto. Lo malo es que había fingido tantos, que batalló para que le creyeran y apenas llegó a tiempo al hospital en el D-36, una estrella donde fincaron sus palacios algunos aristócratas que no se habían enterado de que sus títulos de nobleza estaban caducos. Luis y Lilí se quedaron con él. 

Llegó el momento para Beatriz de reunirse con la tal Miriam en el treinta y seis, y una vez más no tenía cómo conseguir el dinero. Estaba decidida a volver a trabajar para ella, pero Clarisa y David se compadecieron y vendieron la mayoría de sus muebles en un bazar del río de empresarios en el D-1, para juntar apenas la cantidad exacta. Apenadas, Thelma y sus hijas juraron devolverles todo, pero en el fondo la pareja sabía que su situación económica difícilmente se los permitiría. 

En duelo por la fallida fundación de su hogar, y con los gruñidos de inconformidad de Lorena como música de fondo, se quedaron a dormir en el departamento del bar Prisma. Cuando despertaron, la casa de malaquita ya no existía. Sólo quedaban unos cuantos promontorios cenizos flotando en los cimientos, que apenas tenían algún destello de su vieja claridad. 

Clarisa y David se reunieron por última vez en la base donde fincarían su morada, que ahora era sólo añicos desperdigados por el universo. Tras un largo abrazo, ambos se perdieron en opuestos horizontes.

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