miércoles, 17 de abril de 2013

LOS VISITANTES, parte 3.

La Fiesta

Tenía varios meses sintiéndose fatal, e incluso percibió el grave deterioro progresivo en su cuerpo. No había sido falta de conciencia, sino que no le importó, e incluso le causó una amarga alegría saber que pronto terminaría esa vida que ella consideraba un fracaso. Siempre quiso ser ingeniera agrónoma, casarse y tener hijos, pero pensaba que su talento para enemistarse con los demás había ahorcado sus sueños, al igual que la enfermedad misteriosa que mató a todos sus peces, o la que la consumía a ella. Se hubiera conformado con haber alcanzado a reunir el dinero para comprar un pequeño rancho de huertos y hortalizas, pero ya no podría ser. Al menos, tenía alguien a quien dejarle esos ahorros y la casa. Lo curioso es que ya no le generaba ninguna emoción. Todos sus pensamientos estaban centrados en aquel señor japonés, con quien deseaba estar, más que nada en este mundo. A pesar de que no sabía nada de él, al mismo tiempo sentía que no necesitaba hacerlo para desear su eterna compañía.

Perla decidió permanecer en casa de Viviana con su bebé para cuidar a su amiga hasta el final. Por dentro, Perla sentía mucha ira porque pensaba que si Viviana se hubiese atendido a tiempo, estaría curada para entonces, pero luchaba por no demostrarlo.

Cuando recién regresaron del hospital, los diez peces restantes flotaban muertos en el acuario y el olor era indescriptiblemente fétido. Perla vació y limpió el recipiente con infinito asco, y luego se instaló en el estudio, pensando que la obsesión con el caballero Koi de Viviana era un síntoma de que ya estaba desconectándose del mundo. Tampoco creía que la hubiera mordido un lunático, aquella herida parecía una simple cortada.

Unas dos semanas pasaron, y Perla seguía ocultando su enojo, esta vez porque consideraba injusto que la vida le regresara a Viviana para volvérsela a quitar tan rápido. Entretanto, Viviana tenía una actitud indolente cada vez más insoportable, y aunque ninguna se atrevía a reclamarle nada a la otra, el ambiente era denso y lóbrego.

Perla se sentía exhausta, porque Viviana ya casi no podía hacer nada por sí misma, y  le llevó el bebé a su marido. Ese mismo día, cuando acababa de regresar y apenas encontraba un momento de paz, tocaron el timbre con insistencia. Detrás de la puerta, había once personas con trajes de colores, seis mujeres y cinco hombres, y entre ellos estaba… sí, no era su imaginación, un loco con ojos desorbitados y pupilas azules dilatadas que vestía un deformado traje como de rumbero. Cada uno de ellos cargaba con algún elemento para lo que al parecer sería la fiesta del siglo. Sin esperar la reacción de Perla, entraron a la casa y colocaron las deliciosas viandas, licores y vistosos adornos por todas partes en un abrir y cerrar de ojos. Cuatro de ellos se pusieron en una esquina con sus instrumentos musicales y tocaron un vals. Al escuchar la música, Viviana salió de su recámara. Perla, que en ese momento intentaba correrlos a todos, no podía dar crédito al verla. Sus mejillas estaban rosadas y bajaba las escaleras sin dificultad, cuando la había dejado hacía unos minutos casi inerte y sin poder abrir los ojos. Sintieron muchas ganas de festejar. Así lo hicieron toda la noche, mientras daban vueltas tomadas de las manos como cuando eran niñas, en una embriaguez absoluta. Después de varias horas, volvieron a tocar a la puerta. Era el caballero Koi, que indicó a todos con un suave gesto que era hora de dar por terminado el jolgorio. Los otros once obedecieron, y desaparecieron con sus cosas igual de rápido que las habían traído. El caballero se acercó a Viviana y le tendió una mano. Ella entendió que era el momento de irse con él. Acarició el rostro de Perla y la besó en la frente. Luego, ella y su caballero Koi cerraron la puerta tras de sí.

Cuando Perla despertó al día siguiente, se sentía feliz de que Viviana se hubiera marchado con aquel precioso anciano. Entendía perfectamente lo que había pasado y no le dio miedo, ni angustia abrir la puerta de la recámara para encontrarse con el cuerpo sin vida de su mejor amiga.

Perla decidió derribar la casa de Viviana, y en su lugar colocó un pequeño huerto y un jardín zen, con un estanque repleto de carpas koi.


 

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