La Fiesta
Tenía varios meses sintiéndose fatal, e incluso percibió el
grave deterioro progresivo en su cuerpo. No había sido falta de conciencia,
sino que no le importó, e incluso le causó una amarga alegría saber que pronto
terminaría esa vida que ella consideraba un fracaso. Siempre quiso ser
ingeniera agrónoma, casarse y tener hijos, pero pensaba que su talento para
enemistarse con los demás había ahorcado sus sueños, al igual que la enfermedad
misteriosa que mató a todos sus peces, o la que la consumía a
ella. Se hubiera conformado con haber alcanzado a reunir el dinero para comprar
un pequeño rancho de huertos y
hortalizas, pero ya no podría ser. Al menos, tenía alguien a quien dejarle esos
ahorros y la casa. Lo curioso es que ya no le generaba ninguna emoción.
Todos sus pensamientos estaban centrados en aquel señor japonés, con quien
deseaba estar, más que nada en este mundo. A pesar de que no sabía nada de él,
al mismo tiempo sentía que no necesitaba hacerlo para desear su eterna compañía.
Perla decidió permanecer en casa de Viviana con su bebé para
cuidar a su amiga hasta el final. Por dentro, Perla sentía mucha ira porque
pensaba que si Viviana se hubiese atendido a tiempo, estaría curada para
entonces, pero luchaba por no demostrarlo.
Cuando recién regresaron del hospital, los diez peces restantes
flotaban muertos en el acuario y el olor era indescriptiblemente fétido. Perla vació
y limpió el recipiente con infinito asco, y luego se instaló en el estudio,
pensando que la obsesión con el caballero Koi de Viviana era un síntoma de que
ya estaba desconectándose del mundo. Tampoco creía que la hubiera mordido
un lunático, aquella herida parecía una simple cortada.
Unas dos semanas pasaron, y Perla seguía ocultando su enojo,
esta vez porque consideraba injusto que la vida le regresara a Viviana para
volvérsela a quitar tan rápido. Entretanto, Viviana tenía una actitud indolente
cada vez más insoportable, y aunque ninguna se atrevía a reclamarle nada a la
otra, el ambiente era denso y lóbrego.
Cuando Perla despertó al día siguiente, se sentía feliz de
que Viviana se hubiera marchado con aquel precioso anciano. Entendía
perfectamente lo que había pasado y no le dio miedo, ni angustia abrir la
puerta de la recámara para encontrarse con el cuerpo sin vida de su mejor
amiga.
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