miércoles, 16 de enero de 2013

TRES ESPOSAS, parte 6.


Resolución.


Por fin, lo que  proyectó marchaba a la perfección, y todos los escarpados prolegómenos le parecieron solo un ensayo; una época de ajuste que había valido la pena, pero que felizmente podían dejar atrás. Tenía a su lado a sus tres esposas, y apenas lo podía creer.

Emma, que hasta entonces se había comportado tan esquiva, se acercó a Ariel por su propia voluntad. La noche en la que él mismo le abrió su corazón -sin querer- había germinado un fruto magnífico. Por lo visto, ella comprendía que podían ser amigos, e incluso se tomó en serio su papel de forma sorpresiva, y decidió relevarlo de asuntos que le resultaban tan engorrosos como sus pagos, tratar asuntos de trabajo y dirigir las faenas domésticas, todo con la mayor diligencia, a pesar de que tenía que compaginarlo con la universidad. Pero, lo más importante, siempre estaba allí para escucharlo, y le daba buenos consejos, como ese de que se tomara un año sabático y se olvidara del fracaso de su última película, para que las nuevas ideas fluyeran. Emma era incluso mejor que la Sonia original.

Carmen, después de su arranque de histeria, se calmó bastante, y se comportaba acorde a lo que habían pactado. Esa estela de misterio y gracia inicial que lo deslumbró estaba apagada, pero aún así seguía disfrutando de su compañía.

Respecto a Julieta, ella también estaba de mejor humor, lo que la volvió más divertida que antes, si era posible, y emprendieron las francachelas más salvajes de toda su vida. Encima, después de lo mal que le salía interpretar a Darina al principio, llegó un punto en que Ariel sentía al verla que había vuelto a los años ochenta de lo impresionante que fue su transfiguración.

Lo único que hacía pesado el ambiente en ocasiones era que las tres se odiaban y jamás se dirigían la palabra, pero así son las mujeres y qué más da... Esa mosca no arruinaba la deliciosa sopa, pues habían convertido su casa en un lugar tan placentero, casi celestial, que Ariel ya ni siquiera tenía ganas de estar en ningún otro lado. Gracias a Dari… Julieta, casi siempre se levantaba crudo y cansado, pero tampoco importaba, porque podía gozar los guisos exquisitos de Emma y los mimos de Carmen, que sabía dar buenos masajes. Como postre, todas permitían sin remilgos que les llamara Altea, Sonia y Darina cuando le daba la gana.

Pero su idílico harem se desplomó como una pirámide de naipes justo cuando menos lo esperaba. Aquel mal día, Emma entró en su habitación con una exigencia, o, mejor dicho, aviso: traería a su hijo a vivir a la casa, porque se encontraba en mala situación. Esto le sorprendió a Ariel, porque no sabía que Emma tuviera un hijo, y menos lo suficientemente mayor como para “encontrarse en mala situación”. La desagradable sorpresa fue que se trataba de Moisés. Cuando le reclamó a Emma, ella sólo respondió: “es mi hijo, lo único que me importa en la vida y te aguantas”, lo mismo que la verdadera Sonia le hubiese dicho en similares circunstancias. Se ensartaron en una terrible discusión, mientras que Moisés, con todo y esas cejas depiladas tan enervantes para Ariel, estaba en el vestíbulo con su equipaje, sin dar señales de obedecer la orden de largarse por donde vino.

El conflicto duró varias semanas, en las que Moisés se instaló en el estudio como si nada, y para colmo, cuando más enfurecido se encontraba Ariel, porque los argumentos de Emma lo obligaron a ceder, Carmen volvió a ponerse temperamental, e intentó aprovecharse de la situación para rogarle patéticamente una vez más que corriera a las otras dos y se dedicara exclusivamente a ella. La echó de la casa, y al día siguiente haría lo mismo con Emma y Moisés sin titubear.

Cuando Ariel sentía que iba a perder los estribos, Julieta salió al rescate, para recordarle que iban a inaugurar un antro en Polanco esa noche. Al asistir al evento con ella, pudo relajarse y tomar esas buenas copas que le hacían falta. Cuando amanecía, Julieta manifestó su sueño de toda la vida de dormir en la suite presidencial de un gran hotel, y le pidió encarecidamente que se lo cumpliera. Ariel no pudo negarse, y se quedaron en el hotel hasta el siguiente día. Con todo y lo maravillosas que fueron esas horas, por momentos se descubría terriblemente exhausto. A fin de cuentas, ya estaba haciéndose viejo.

Pero después de ese oasis, esperaba lo peor. Cuando llegaron a casa, había una ambulancia estacionada enfrente, y varios paramédicos iban y venían. En el interior, Ariel alcanzó a ver un cadáver cubierto. Carmen se había ahorcado en su recámara, esta vez con éxito. Emma anunció que ya había llamado a sus padres, quienes se encargarían de todos los trámites en la morgue.

Después de ese suceso trágico, la culpa comenzó a carcomer a Ariel, que ya no dejaba de beber desde el desayuno hasta que caía rendido en cualquier superficie. Emma se compadeció y le dio el gran regalo de permitirle besarla por vez primera. Ariel sabía que era sólo para que le siguiera permitiendo albergar a Moisés, pero, aunque quería negarse, no lo hizo. No pudo. Las fuerzas y la voluntad lo abandonaron a un grado en que ya no le importaba lo que hicieran y deshicieran los demás. Julieta también estaba cambiando. Su adicción hizo estragos, y cada vez se volvía más agresiva, hasta que llegó a un desquiciamiento extremo y destrozó toda la sala, mientras que Ariel permanecía sentado en el piso con la mirada fija. 

Quién sabe si un día, una semana o un mes más tarde, todos desaparecieron. Ariel quedó totalmente solo y vacío, como antes de su pésima idea de dirigir esa pantomima demencial. No, se encontraba mucho peor… Se dirigió a la cava a acabar con las existencias. Sólo había mezcal del corriente, y se lo empinó. Cuando abrió los ojos, estaba despertando de una congestión alcohólica, y frente a él, haciendo guardia junto a un médico, estaba Moisés. Después de los insultos, la ignominia y el abandono, su hijo era el único al que le importaba recogerlo de su charco de vómito y velar por él. También tuvo la suficiente compasión para explicarle lo que en verdad había pasado, aunque eso no estuviera en el plan: 

Después del salvar a Carmen de su intento suicida, las tres mujeres se citaron en la madrugada, cuando Ariel estuviera dormido como un tronco, en la cava subterránea. Muchas juntas similares se repitieron a lo largo de una semana.

El primer punto era definir las piezas faltantes, y tener en claro que no se trataba de torturar a Ariel  per se, si no de darle la dosis de realidad que le hacía falta, a través de su propio artificio. No fue difícil dar con los hechos: Altea, estrictamente hablando, estaba muerta, Emma nunca estaría en ningún lado sin preocuparse por su hijo, pues también era su mejor amigo y no podían vivir sin el otro, y a Darina, a juzgar por la manera en que recibió a Julieta cuando ésta la visitó en el hospital psiquiátrico, le faltaban todos los tornillos.

Pusieron en marcha el plan lo más pronto posible, pues sabían que les tomaría varios meses, tal vez un año, pero ese tiempo lo aprovecharían para buscar empleos, un departamento que pudieran pagar entre las tres, y un buen programa de rehabilitación para Julieta. Una de sus cómplices fue la hermana de Emma, que después de tanto tiempo de recuperación en el hospital, había hecho amistad con varios paramédicos. Aunque les costó trabajo convencerlos, porque les daba miedo una demanda posterior, algunos de ellos aceptaron montar el “suicidio” de Carmen, que desde luego seguía más viva que el propio Ariel, y habitó el departamento nuevo todo el tiempo a partir de entonces. La puesta en escena del levantamiento del “cadáver” –que en realidad era un muñeco para entrenar RCP cubierto con una sábana- tendría muchas inconsistencias, pero Ariel qué demonios iba a saber del protocolo correcto.

El verdadero reto para llevar a cabo el gran desenlace del melodrama, era que SOLO ARIEL pensara que Carmen había fallecido. Para eso, tendrían que aislarlo completamente del mundo, y ser muy cuidadosas de que ningún medio de comunicación se enterara de la simulación, o la carrera de Carmen estaría acabada. Medio camino lo tenían andado, porque Ariel tenía pocos amigos, no le gustaba usar el Internet (rasgo típico en la mayoría de las personas de su edad), y su alcoholismo lo segregaba desde siempre. Esta última debilidad fue de gran ayuda para Julieta, la encargada de distraerlo y de “accidentalmente” tirar su teléfono celular en algún excusado de la Zona Rosa. Emma, entretanto, tomó absoluto control de todos los asuntos de Ariel paulatinamente, incluidas sus relaciones sociales. Lo más difícil fue alejar a algunos de sus amigos, que insistían en frecuentarlo, pero logró poner a Ariel en su contra al hacerle ver que despreciaban su trabajo como director y compositor, lo cual no era mentira. Una vez aislado y en sus manos, procedieron a la gran emboscada, que resultó puntualmente como lo previeron, excepto cuando Moisés, al ver el estado de su padre, se escondió en la cocina para cuidarlo. A través de las aguas turbias de los tiempos, Ariel pudo volver a ver a ese niño noble que tanto amaba, su pequeño Moi.  

Y fue por eso que comprendió la lección. No dejó de ser el mismo ególatra hedonista de siempre, porque, a decir verdad, así se gustaba, pero intentó congraciarse con las personas, vivas y muertas, cuya libertad y dignidad atropelló en su loca existencia: su hijo, Emma, Carmen, Julieta, Sonia, Darina, Altea y una nutrida multitud. De esa forma logró pasar los pocos años que le quedaban con todos sus vacíos llenos de una infinita paz

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