miércoles, 30 de enero de 2013

ENCUENTRO ONÍRICO


Era sábado a la noche, y me acababan de pagar la quincena, así que me dije: “¿Por qué demonios no te lanzas por unas chelas con el Morris?” Como, a pesar de que era pésima idea, no había nadie que la objetara, le llamé al Morris, y allí estábamos, diez o quince minutos después, en el  viejo auto que sus padres le regalaron en la prepa y al que tantas quemaduras de cigarrillo le había infligido yo en su pobre asiento trasero. Después de un par de cuadras propuse osadamente que condujera hacia Le Champignon, ese restaurante donde cobraban todo ocho veces más caro de lo que en realidad valía, porque al parecer ese es el impuesto oficial por ponerle nombre francés a tu changarro. Pero así me sentía en ese momento: pretenciosa y despilfarradora. El Morris me reclamó que no le hubiera dicho nada, porque así se habría acicalado un poco más, y tenía toda la razón, porque gracias a su facha de Charles Manson con el guardarropa de Elton John, no nos dejaron pasar. Entonces fuimos a cualquier bar de los que había en la misma avenida. Morris se encontró a un amigo de la facultad, y empezaron a debatir, o para ser más precisa, a lanzarse mutuamente bloques de plomo entre filosóficos y cantinflescos, y yo me sumí en un profundo sopor.

No sé si por eso me quedé dormida o si me dieron una cerveza adulterada, pero de repente había una mujer con la cara muy redonda y morada en lugar del Morris. Me preguntó: “¿Usted, quién es?”, y yo no supe qué contestar, porque a decir verdad todavía hoy no tengo idea de quién soy, y luego cruzó la pierna en un ademán que no distinguí si era cursi, elegante o un síntoma de la enfermedad de Huntington. A continuación, caí en la cuenta de que todo el antro estaba vacío, y yo estaba a merced de la mujercita púrpura. “O yo estoy a merced de usted, depende de cómo lo mire”. ¡Carajo!, encima sabía leer el pensamiento. “Tú también estás leyendo mi pensamiento, tonta”. Era cierto, el delicado esperpento no movía la boca, yo podía escucharla… y al parecer ya había tomado suficiente confianza como para tutearme. “¿Qué mayor confianza que estar flotando en las mismas aguas, no crees?”. Puso su mano sobre la mía, e inesperadamente me sentí confortada, como si estuviera con una amiga de toda la vida. Le inquirí si sabía qué había pasado con todos, y por qué estábamos juntas, pero resultó que manejaba la misma información que yo. Decidí marcharme a mi casa, simplemente porque supe que era el momento adecuado, y ella me despidió con una frase que no logré recordar hasta meses después.

Desperté en mi cama, con una espantosa resaca, y el Morris a un lado. “¿Por qué con el Morris?”, pensé, con la esperanza de haber usado protección, o Dios sabe qué engendro surgiría de dos bichos como nosotros.  Desde luego, nunca más salí con él, y él nunca me dirigió la palabra.

Semanas más tarde, fui a comer a casa de mis padres, y como ya no había otra cosa que contar, decidieron confesarme que yo tenía una gemela, pero nació muerta. Durante algunos días, conviví con su cadáver en el vientre, hasta que se dieron cuenta y practicaron la cesárea de emergencia. Cuando la sacaron, tenía la cara violácea y abotagada por la insuficiencia pulmonar que la mató. Fue muy traumático para mis padres, y por eso decidieron no contármelo, hasta aquel momento.  

Desde luego, a partir de entonces no dejé de pensar en mi ensoñación etílica, ¿Acaso me había comunicado en espíritu con mi hermana? ¿Era un recuerdo del vientre? ¿Una premonición de lo que mis padres planeaban revelarme pronto? ¿Simple coincidencia? Nunca sabré la respuesta, pero por lo menos sé lo último que me dijo ella en aquel insólito sueño: “Nos volveremos a ver”

miércoles, 23 de enero de 2013

"HORRORES POSTAPOCALÍPTICOS" PRESENTA:

EL ATAQUE DE LOS NAZIS SEUDO-INTELECTUALES

Es mejor el hombre que confiesa francamente su ignorancia, que quien finge con hipocresía.
-Fiódor Dostoievski

No sé si a raíz de los desatinos públicos de cierto individuo de la escena política nacional, o porque escuchamos constantemente que el problema de nuestra bella nación que impide que se desarrollen sus magníficos potenciales es la falta de educación, pero nos encontramos con que en el internet, e incluso en la televisión, está de moda, por decirlo de alguna manera, conminar al público o a los contactos a leer. Esto me parece no solo bueno, sino fenomenal, pero observo una creciente tendencia a hacerlo de una forma un tanto agresiva, o por lo menos latosa. No me parece en la mayoría de los casos que sea intencional, muy por el contrario, no pongo en duda la buena fe, pero de lo que si estoy segura es de que no soy la única que ha notado los siguientes patrones, y aclaro que de ninguna manera me excluyo a mí misma de haberlos cometido alguna vez en mayor o menor medida:

1  PURA POSE/HOSTIGAMIENTO INVERSO.

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Desde luego, hay que leer, sobre lo que a cada quien le interese, y lo ideal es compartir después lo que se aprendió, los libros y escritores que nos gustan, algún fragmento valioso que pensamos que les pueda SERVIR a los demás, o transformar esas ideas en algo nuevo. A muchos nos gusta hacer eso, y también que las otras personas nos sugieran nuevos géneros, títulos y puntos de vista. Es, sin duda, altamente positivo y deseable, y ojalá lo hagamos más a menudo… pero sería genial que fuera desde la autenticidad y la humildad.  

En mis años de infancia y adolescencia, que cada vez se alejan más en el riel de los tiempos, yo leía porque me gustaba y me daba la gana, sin embarrárselo en la cara a nadie, y también porque era una fanática del conocimiento y llevaba un excelente record de calificaciones que pretendía mantener. Mis días eran más o menos así: asistía a la escuela, comía, iba a clases de piano, luego a las de ballet, y al terminar me duchaba y hacía la tarea (viendo Los Simpsons, eso sí), a veces hasta tarde. Los fines de semana los pasaba enfrente de la televisión, escuchando música o no haciendo absolutamente nada -no mentiré - pero si me tomaba un momento, sobre todo en las vacaciones, para asaltar el librero de mi madre y gozar, sólo porque si, y para mi propio disfrute, mi lectura número quinientos de La ley del Amor, de Laura Esquivel (que incluía un cómic y un CD, con los que una debrayaba con regresiones acompañados de ópera y danzones), El Principito, las obras completas de mi ídolo Oscar Wilde, Hamlet, o intentaba comprender algo de Stanislavsky, porque siempre quise estudiar actuación, etcétera. En este punto, usted amable señor, señora o señorito que me hace el favor de leer ya habrá descifrado que yo era aquello que la cultura pop ha denominado como nerd, y que durante los años 90’s y principios de los 2000, época en la que se sitúan mis días como escolar, las personas a las que se nos colocaba esa etiqueta no gozábamos de mucha popularidad, por no decir que éramos constantemente sujetos al  escarnio, desprecio y soledad. Clavar el pico en un libro y pasarte el día estudiando a un grado en que apenas daba tiempo de comer y asearse no eran cosas para nada cool, y tus amigas te daban la espalda si no reconocías la voz de cada uno de los Backstreet Boys, así que al final era más importante saber cuál era Nick y cual era Howie para ser bien vista, o por lo menos evitar que tiraran tus útiles nuevos a la coladera, que saber quién fue Sor Juana Inés de la Cruz. Como ya mencioné cuál era mi itinerario, es evidente que tampoco pasaba horas frente al espejo peinando mis esponjadísimos rizos, o tenía el menor interés en untarme rímel a las seis de la mañana (o a ninguna hora, teníamos doce años, por Zeus), por lo que tampoco era que tuviera una fila de galanes detrás mío. Muy por el contrario, tuve crueles experiencias en ese aspecto de la vida que sólo mi psicoterapeuta conoce, y yo prefiero mantener en el olvido.  

El punto al que quiero llegar con esto es que, años más tarde, nos situamos en un irritante panorama en el que resulta que todos se saben al dedillo cada palabra de Nietzsche, pueden distinguir el rostro de poetas y filósofos en fotos borrosas en blanco y negro del siglo XIX, donde todos tienen el mismo bigote, peinado y traje, y como si fueran a absorber sus obras por ósmosis visual, y abrimos el Face para escribir o encontrar joyas como: “Hay que leer, por eso no progresamos”, “Hoy leí  El tiempo perdido, de Proust en la biblioteca ¡qué emoción, qué encanto!” (como si se pudiera leer esa biblia de un sentón), o la clásica, generalmente plagada de errores garrafales de ortografía y sintaxis: “Todos los que no opinan exactamente igual que yo, son unos ignorantes, no han leído nada, ven telenovelas que yo también veía hasta hace unos meses en que dejó de ser aceptable, huelen feo y su mamá no los quiere”.  

Y la enorme mayoría de los que presumen y juzgan así, paseándose por los foros y blogs para corregirle la plana a autores publicados, cineastas de primera línea, creativos exitosos, músicos con trayectoria, e insultar al pueblo en general, son, ¡sorpresa, sorpresa!: LOS MISMOS PERSONAJES QUE EN AQUEL ENTONCES NOS HOSTIGABAN A LOS NERDS.

Lo único que yo les sugiero a esos compañeros, es que si detentan semejante cantidad de conocimiento y sabiduría, ¿por qué no nos hacen el enorme favor a los simples mortales, que leemos a velocidad normal y no poseemos su memoria eidética, de llevar a cabo todas esas maravillas literarias, filosóficas, teatrales y cinematográficas de las que deben ser capaces? No pierdan más su brillantez y su tiempo tratando de ilustrarnos e imponernos lo que ustedes consideran que es lectura obligada, CREEN ALGO. El mundo se los agradecerá.

2     INCONSCIENCIA SOCIAL Y FALACIAS.


Como falacia entiéndase un razonamiento inválido, aunque en apariencia no lo sea:

Los salamis me gustan
Robert Downey Jr. me gusta
Ergo, Robert Downey Jr. es un salami.

O:

Los idiotas ven la televisión
Mi vecino con tres doctorados que siempre tiene mejores argumentos que yo, ve televisión
Ergo, mi vecino es un idiota.

Una falacia, obviamente, es como funciona un prejuicio. Por más absurdo que sea, seguimos creyéndolo a pie juntillas, y hacemos y decimos barbaridades, que, si las analizamos con sinceridad, equivalen a correr a pedir por teléfono una pizza de Robert Downey Jr. en trozos delgados con aceitunas y sin champiñones.

Lo que en realidad nos hace falta, es la compasión, eso sin mencionar el más básico sentido común. No me refiero a sentir lástima, sino a comprender al prójimo, y sentir su dolor y alegrías como si fueran los nuestros, y así entender por qué actúa como lo hace. Un ejercicio que puede servir es imaginar que una es un albañil, un ama de casa, un jornalero, un chofer del transporte público o un indígena en el monte. Sin juicios, ni ideas preconcebidas, cierre los ojos, e imagine paso a paso y con realismo lo que tiene que hacer a lo largo de un solo día en cualquiera de esos casos. Ahora responda: ¿Sabe leer? ¿Tiene dinero/tiempo para pasar a la librería? ¿Tiene internet en casa para descargar un e-book? ¿Qué tan cansado se encuentra al final del día? ¿Cuántos problemas enfrentó? Muy probablemente usted trabajó todo el día sin descanso, para sostener a sus hijos, para alimentarlos, tal vez tuvo que ir muy lejos sólo para acarrear un poco de agua, o tiene un jefe arbitrario, seguramente sueña con que su descendencia sí pueda ir a la escuela, usted sostiene al país con sus manos curtidas, sus sueños y su honestidad… para que en algún lugar un hipster al que su mamá le compra hasta los calzones, afirme que gracias a que no pudo estudiar la primaria “estamos como estamos”, o cualquiera de esas frases hechas.

Hay personas que no saben leer que tienen una sabiduría impresionante que surge de sus vivencias y que se transmite a través de generaciones, mentes brillantes que han sacrificado sus aspiraciones en una caja de supermercado o un cubículo para pagar cuentas de hospital de un ser amado, hombres y mujeres llenos de luz y amor que se dedican a cuidar a otros aún a costa de su propio bienestar, aunque no sepan una jota de política, grandes ideas en las comunidades más vejadas... pero todos ellos pueden irse al demonio, porque, por lo visto, lo que nos librará de la ignominia es balbucear críticas y sapiencias (que una en realidad googleó hace dos minutos) en un cafetín de Coyoacán.

3 COMPRENSIÓN PARCIAL O ERRÓNEA DEL PROBLEMA.


(Casi) Todos estamos preocupados por lo mismo, pero ¿de verdad la única educación que nos hace falta  es la que se encuentra en los libros? Yo creo que el asunto es de un orden más ético que intelectual. En lugar de fechas y conceptos, se siente la ausencia de amor y de principios,que se ha llenado con violencia, agresividad y más violencia, pero también falta de pro-actividad. Con eso quiero decir: ya nos quejamos e hicimos gala de nuestra reluciente conciencia crítica, ¿y luego? Como dicen con mayor precisión nuestras madres cuando entramos a la cocina, y que es una frase que yo quisiera grabar en una placa: “SI NO AYUDAS, NO ESTORBES”…

miércoles, 16 de enero de 2013

TRES ESPOSAS, parte 6.


Resolución.


Por fin, lo que  proyectó marchaba a la perfección, y todos los escarpados prolegómenos le parecieron solo un ensayo; una época de ajuste que había valido la pena, pero que felizmente podían dejar atrás. Tenía a su lado a sus tres esposas, y apenas lo podía creer.

Emma, que hasta entonces se había comportado tan esquiva, se acercó a Ariel por su propia voluntad. La noche en la que él mismo le abrió su corazón -sin querer- había germinado un fruto magnífico. Por lo visto, ella comprendía que podían ser amigos, e incluso se tomó en serio su papel de forma sorpresiva, y decidió relevarlo de asuntos que le resultaban tan engorrosos como sus pagos, tratar asuntos de trabajo y dirigir las faenas domésticas, todo con la mayor diligencia, a pesar de que tenía que compaginarlo con la universidad. Pero, lo más importante, siempre estaba allí para escucharlo, y le daba buenos consejos, como ese de que se tomara un año sabático y se olvidara del fracaso de su última película, para que las nuevas ideas fluyeran. Emma era incluso mejor que la Sonia original.

Carmen, después de su arranque de histeria, se calmó bastante, y se comportaba acorde a lo que habían pactado. Esa estela de misterio y gracia inicial que lo deslumbró estaba apagada, pero aún así seguía disfrutando de su compañía.

Respecto a Julieta, ella también estaba de mejor humor, lo que la volvió más divertida que antes, si era posible, y emprendieron las francachelas más salvajes de toda su vida. Encima, después de lo mal que le salía interpretar a Darina al principio, llegó un punto en que Ariel sentía al verla que había vuelto a los años ochenta de lo impresionante que fue su transfiguración.

Lo único que hacía pesado el ambiente en ocasiones era que las tres se odiaban y jamás se dirigían la palabra, pero así son las mujeres y qué más da... Esa mosca no arruinaba la deliciosa sopa, pues habían convertido su casa en un lugar tan placentero, casi celestial, que Ariel ya ni siquiera tenía ganas de estar en ningún otro lado. Gracias a Dari… Julieta, casi siempre se levantaba crudo y cansado, pero tampoco importaba, porque podía gozar los guisos exquisitos de Emma y los mimos de Carmen, que sabía dar buenos masajes. Como postre, todas permitían sin remilgos que les llamara Altea, Sonia y Darina cuando le daba la gana.

Pero su idílico harem se desplomó como una pirámide de naipes justo cuando menos lo esperaba. Aquel mal día, Emma entró en su habitación con una exigencia, o, mejor dicho, aviso: traería a su hijo a vivir a la casa, porque se encontraba en mala situación. Esto le sorprendió a Ariel, porque no sabía que Emma tuviera un hijo, y menos lo suficientemente mayor como para “encontrarse en mala situación”. La desagradable sorpresa fue que se trataba de Moisés. Cuando le reclamó a Emma, ella sólo respondió: “es mi hijo, lo único que me importa en la vida y te aguantas”, lo mismo que la verdadera Sonia le hubiese dicho en similares circunstancias. Se ensartaron en una terrible discusión, mientras que Moisés, con todo y esas cejas depiladas tan enervantes para Ariel, estaba en el vestíbulo con su equipaje, sin dar señales de obedecer la orden de largarse por donde vino.

El conflicto duró varias semanas, en las que Moisés se instaló en el estudio como si nada, y para colmo, cuando más enfurecido se encontraba Ariel, porque los argumentos de Emma lo obligaron a ceder, Carmen volvió a ponerse temperamental, e intentó aprovecharse de la situación para rogarle patéticamente una vez más que corriera a las otras dos y se dedicara exclusivamente a ella. La echó de la casa, y al día siguiente haría lo mismo con Emma y Moisés sin titubear.

Cuando Ariel sentía que iba a perder los estribos, Julieta salió al rescate, para recordarle que iban a inaugurar un antro en Polanco esa noche. Al asistir al evento con ella, pudo relajarse y tomar esas buenas copas que le hacían falta. Cuando amanecía, Julieta manifestó su sueño de toda la vida de dormir en la suite presidencial de un gran hotel, y le pidió encarecidamente que se lo cumpliera. Ariel no pudo negarse, y se quedaron en el hotel hasta el siguiente día. Con todo y lo maravillosas que fueron esas horas, por momentos se descubría terriblemente exhausto. A fin de cuentas, ya estaba haciéndose viejo.

Pero después de ese oasis, esperaba lo peor. Cuando llegaron a casa, había una ambulancia estacionada enfrente, y varios paramédicos iban y venían. En el interior, Ariel alcanzó a ver un cadáver cubierto. Carmen se había ahorcado en su recámara, esta vez con éxito. Emma anunció que ya había llamado a sus padres, quienes se encargarían de todos los trámites en la morgue.

Después de ese suceso trágico, la culpa comenzó a carcomer a Ariel, que ya no dejaba de beber desde el desayuno hasta que caía rendido en cualquier superficie. Emma se compadeció y le dio el gran regalo de permitirle besarla por vez primera. Ariel sabía que era sólo para que le siguiera permitiendo albergar a Moisés, pero, aunque quería negarse, no lo hizo. No pudo. Las fuerzas y la voluntad lo abandonaron a un grado en que ya no le importaba lo que hicieran y deshicieran los demás. Julieta también estaba cambiando. Su adicción hizo estragos, y cada vez se volvía más agresiva, hasta que llegó a un desquiciamiento extremo y destrozó toda la sala, mientras que Ariel permanecía sentado en el piso con la mirada fija. 

Quién sabe si un día, una semana o un mes más tarde, todos desaparecieron. Ariel quedó totalmente solo y vacío, como antes de su pésima idea de dirigir esa pantomima demencial. No, se encontraba mucho peor… Se dirigió a la cava a acabar con las existencias. Sólo había mezcal del corriente, y se lo empinó. Cuando abrió los ojos, estaba despertando de una congestión alcohólica, y frente a él, haciendo guardia junto a un médico, estaba Moisés. Después de los insultos, la ignominia y el abandono, su hijo era el único al que le importaba recogerlo de su charco de vómito y velar por él. También tuvo la suficiente compasión para explicarle lo que en verdad había pasado, aunque eso no estuviera en el plan: 

Después del salvar a Carmen de su intento suicida, las tres mujeres se citaron en la madrugada, cuando Ariel estuviera dormido como un tronco, en la cava subterránea. Muchas juntas similares se repitieron a lo largo de una semana.

El primer punto era definir las piezas faltantes, y tener en claro que no se trataba de torturar a Ariel  per se, si no de darle la dosis de realidad que le hacía falta, a través de su propio artificio. No fue difícil dar con los hechos: Altea, estrictamente hablando, estaba muerta, Emma nunca estaría en ningún lado sin preocuparse por su hijo, pues también era su mejor amigo y no podían vivir sin el otro, y a Darina, a juzgar por la manera en que recibió a Julieta cuando ésta la visitó en el hospital psiquiátrico, le faltaban todos los tornillos.

Pusieron en marcha el plan lo más pronto posible, pues sabían que les tomaría varios meses, tal vez un año, pero ese tiempo lo aprovecharían para buscar empleos, un departamento que pudieran pagar entre las tres, y un buen programa de rehabilitación para Julieta. Una de sus cómplices fue la hermana de Emma, que después de tanto tiempo de recuperación en el hospital, había hecho amistad con varios paramédicos. Aunque les costó trabajo convencerlos, porque les daba miedo una demanda posterior, algunos de ellos aceptaron montar el “suicidio” de Carmen, que desde luego seguía más viva que el propio Ariel, y habitó el departamento nuevo todo el tiempo a partir de entonces. La puesta en escena del levantamiento del “cadáver” –que en realidad era un muñeco para entrenar RCP cubierto con una sábana- tendría muchas inconsistencias, pero Ariel qué demonios iba a saber del protocolo correcto.

El verdadero reto para llevar a cabo el gran desenlace del melodrama, era que SOLO ARIEL pensara que Carmen había fallecido. Para eso, tendrían que aislarlo completamente del mundo, y ser muy cuidadosas de que ningún medio de comunicación se enterara de la simulación, o la carrera de Carmen estaría acabada. Medio camino lo tenían andado, porque Ariel tenía pocos amigos, no le gustaba usar el Internet (rasgo típico en la mayoría de las personas de su edad), y su alcoholismo lo segregaba desde siempre. Esta última debilidad fue de gran ayuda para Julieta, la encargada de distraerlo y de “accidentalmente” tirar su teléfono celular en algún excusado de la Zona Rosa. Emma, entretanto, tomó absoluto control de todos los asuntos de Ariel paulatinamente, incluidas sus relaciones sociales. Lo más difícil fue alejar a algunos de sus amigos, que insistían en frecuentarlo, pero logró poner a Ariel en su contra al hacerle ver que despreciaban su trabajo como director y compositor, lo cual no era mentira. Una vez aislado y en sus manos, procedieron a la gran emboscada, que resultó puntualmente como lo previeron, excepto cuando Moisés, al ver el estado de su padre, se escondió en la cocina para cuidarlo. A través de las aguas turbias de los tiempos, Ariel pudo volver a ver a ese niño noble que tanto amaba, su pequeño Moi.  

Y fue por eso que comprendió la lección. No dejó de ser el mismo ególatra hedonista de siempre, porque, a decir verdad, así se gustaba, pero intentó congraciarse con las personas, vivas y muertas, cuya libertad y dignidad atropelló en su loca existencia: su hijo, Emma, Carmen, Julieta, Sonia, Darina, Altea y una nutrida multitud. De esa forma logró pasar los pocos años que le quedaban con todos sus vacíos llenos de una infinita paz

miércoles, 9 de enero de 2013

TRES ESPOSAS, parte 5.

Carmen. Crisis. Clímax.


Un hombre es un hombre era la obra de Brecht que Carmen intentaba recordar desde hacía meses. Sabía que alguna vez vio representada en alguna parte su propia desgracia de asumir una identidad ajena, y, al releer el texto en la biblioteca de Ariel, Julieta le pareció menos trastornada que cuando la escuchó vociferar por primera vez que ya no sabía si era Julieta o Darina. En aquel instante pensó que era una consecuencia de las muchas drogas que se metía, pero ahora ella misma empezaba a dudar si el gesto que estaba realizando frente al espejo era suyo o alguno de los que le había copiado a Altea.

Lo peor es que Altea ni siquiera le agradaba. Como actriz, le parecía anquilosada y chillona, y una diva ridícula en la vida real. Quién le iba a decir que el inicio de su carrera consistiría en captar cada uno de sus movimientos e inflexiones casi las veinticuatro horas del día. Le aterró la sola idea de terminar siendo como ella. Si iba a ser una pésima actriz y una frívola, por lo menos quería serlo a su manera.

Por otro lado, su única esperanza en un mundo que ya no le generaba más que desilusiones, como el fracaso en taquilla y las burlas por la biografía musical de Altea, era el espejismo de que Ariel la amaba. Sin importar cuantas veces se echara al plato a Julieta, o que tuviera deferencias con Emma que a ella jamás le iba a conceder, Carmen se aferraba a la idea de que era enteramente correspondida por él, como a una tabla astillada flotando precariamente en mitad del mar. Con tal antecedente, está de más declarar que el momento de la anagnórisis fue devastador.  

No pudo resistir más y le habló a Ariel de sus sentimientos. Él recibió la confesión enojándose y reclamando que Altea jamás habría tenido semejante arranque emocional. Luego le aclaró que sólo la quería para llenar un poco la ausencia de su único amor, y le advirtió que si le volvía a salir con un discurso estúpido de ese tipo y a abandonar su personaje, la echaría de la casa y se tendría que olvidar de los contactos profesionales que sólo él podía conseguirle. Tras superar su sorpresa al descubrir que existía alguien a quien saberse amado le causaba molestia, tomó la gran decisión. Salió al jardín y en el cuarto de herramientas tomó una cuerda. No se dio cuenta de que Emma leía en el porche, aunque la luz del atardecer ya no era suficiente.

Después de ver las acciones y el estado emocional de Carmen, Emma tardó un poco en deducir lo que estaba pasando. Corrió a tocar en su puerta, pero ella no contestó, con lo cual confirmó sus sospechas. No había tiempo que perder. Ariel tenía una llave que guardaba en su bolsillo con la que se abrían todos los cerrojos interiores de la casa, motivo por el cual Emma siempre atrancaba su puerta con una pesada cajonera. Tenía que pedirle la llave inmediatamente, pero resultó que él acababa de salir. Desesperada, trató de disuadir a Carmen a gritos. Tras escucharla, Julieta apareció, y cuando Emma le hubo explicado torpemente, se sacó un pasador de la cabeza y abrió la cerradura en un santiamén. Emma nunca quiso preguntarle después en qué circunstancias había aprendido a hacer eso, pero fue providencial porque Carmen acababa de colgarse del candelabro, pero aún seguía viva. La bajaron de allí lo más rápido posible, y se cercioraron de que respirara correctamente. No fue necesario llamar una ambulancia.  

Era la primera vez que las tres mujeres estaban reunidas sin que mediara la hostilidad entre ellas. Emma preparó un té y Julieta consoló a Carmen, aunque se echó a llorar también. Cuando las tres estuvieron tranquilas, pudieron hablar de sus experiencias, y descubrir que a pesar de todo ese tiempo viviendo en la misma casa, no tenían idea de quiénes eran esos otros dos seres humanos… tres, contando a Ariel.

Carmen habló del vacío que la había llevado a intentar suicidarse, y cómo no tuvo ganas de escribir una nota porque no se le ocurrió nadie a quien le pudiera importar, ni siquiera a sus padres, que la habían corrido de su casa a los dieciséis años. Julieta se tuvo que encargar de sus hermanos pequeños desde la misma edad, porque su madre era una adicta como ella. A Emma siempre la había apoyado su familia, pero después de su muerte estaba aterrada ante la perspectiva de enfrentarse a la vida sola y al cuidado de una hermana con problemas físicos de gravedad. También les afirmó que Ariel tenía un lado vulnerable… y en ese momento se le ocurrió lo que podrían hacer, por lo menos para experimentar.

Hacía dos semanas, Emma había buscado a Sonia y a su hijo. Al hablar con ellos percibió que en el guión Ariel había omitido muchos aspectos de su exesposa, porque seguramente no le gustaban, entre ellos el propio Moisés. Entonces pensó que la peor lección que podía recibir Ariel era que las tres se comportaran como Altea, Sonia y Darina HASTA EL ÚLTIMO DETALLE. Las tres nuevas amigas descubrieron cierto poder en su unión, y si bien el plan no las ayudaría a solucionar sus problemas, por lo menos serían ellas las que se divertirían ahora…

CONTINUARÁ...

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