Construcción de personajes.
Carmen estaba
indignada, no sólo porque era un vil chantaje, sino porque no tenía
escapatoria: era dar un salto cuántico en su carrera a cambio de eso, o
continuar con su vida espinosa, alternando la lucha por no ahogarse en un mar
de traiciones o sucumbir en un desierto de soledad. Por otro lado, se estaba
enamorando profundamente, y la sola idea de compartir a Ariel con otras dos
farsantes le reventaba las entrañas. Sabía que iba a aceptar desde el preciso momento
en que Ariel le planteó su lunático proyecto, pero necesitaba tiempo para
asimilarlo y rescatar aunque fuera una pieza de dignidad. Una noche, entre la
humareda de su cigarrillo, asintió con voz entrecortada en el teléfono.
El día pactado, llegó
tarde a propósito. En el comedor de la enorme y opaca mansión de Ariel,
esperaban ellas. Las tres permanecieron sentadas en puntos distantes, ignorándose
del todo. Ariel hizo su entrada triunfal después de quince minutos, que se
dilataron hasta parecer siglos, y les extendió sus “guiones” a Emma y Julieta,
que de ahora en adelante se llamarían Sonia y Darina.
Emma era una joven
castaña de grandes ojos que estudiaba comunicación y formaba parte de una
pequeña compañía teatral. La casa de interés social de sus padres, que ella había
abandonado hacía unos días para hacinarse en un feo departamento con sus
compañeros de clase, se vino abajo, lo que causó la muerte de todos sus
familiares. Su hermana menor sobrevivió, pero quedó malherida. Al no tener
seguro, la atención médica que estaba recibiendo era insuficiente, y Ariel se
aprovechó de eso para ingresar a la chica en un buen hospital a cambio de que
Emma representara el papel de su exesposa Sonia. A Emma le costó tragarse todo
su orgullo, pero tuvo que aceptar porque la única persona que le quedaba en el
mundo estaba al borde de la muerte. Por lo menos, consiguió que Ariel aceptara
su condición de descartar las relaciones sexuales, pero aun así sentía como si se hubiera vendido a sí misma como esclava.
Por su parte, a
diferencia de Carmen y Emma, que parecían condenadas a morir en la horca, a Julieta
no le costó trabajo consentir transformarse en Darina. A decir verdad, entre
las intensas y sonoras mascadas que le daba a su chicle se podía entrever una
sonrisa entre cínica, curiosa y, desde luego, satisfecha por tener aseguradas sus provisiones de crack durante un tiempo indefinido y
haberse mudado de su casa de lámina en Neza a esa casota tan padriuris.
Una vez entregadas y
expuestas las indicaciones exactas de cómo debían vestir, comportarse y hablar de
ahora en adelante, así como las fotografías de Sonia y Darina, la orden de
Ariel fue que Emma y Julieta se encerraran
en sus habitaciones, decoradas al gusto de las respectivas exesposas,
y no podrían salir hasta que concluyeran la metamorfosis. En cuanto a Carmen, ella
ya tenía casi listo el papel que representaría en la ficción y en la realidad.
Ariel le pidió a ésta última que se quedara con él, pero ella se levantó en silencio y se encerró
en el estudio que era de Altea, y que permanecía intacto desde su muerte.
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